Chinitacorazon's Blog

Archive for the ‘Reflexión’ Category

La vida de la mujer se basa en ilusiones y proyectos, por ejemplo, ser esposa y madre entre otros. La mujer se prepara profesionalmente, como ama de casa, se prepara mentalmente para ser madre y lo logra, le fabrica al hijo un mundo de ensueños y hasta se prepara para ser abuela, ¿pero se prepara la mujer para la irreparable y dolorosa pérdida de un hijo?

Ante la pérdida de un hijo, de ese ser tan integral en la vida de una madre, la mujer se encuentra de pronto recorriendo caminos de un duelo eterno que durar el resto de su vida…

A la mujer que pierde a un esposo se le llama viuda, al hijo que pierde a sus padres se le llama huérfano, ¿qué nombre se da a la madre que pierde un hijo?

No hay científico que logre descifrar el dolor, ni poeta que logre escribir el amor grandioso de madre, ni diccionario que describa las palabras exactas para descifrar el verdadero dolor de la pérdida de un hijo.
¿Cómo describir la magnitud del dolor de perder una parte de nosotras?

Cuando se pierde a alguien tan amado, emprendemos un camino poblado de tristezas y desconsuelos, pero la madre que pierde un hijo se queda con las notas de la canción de cuna, desparramadas en su tristeza, en la soledad, en el silencio de las risas y sus llantos, a pesar de tanto dolor y desconcierto, la madre saca fuerzas de su dolor, porque aun le quedan otros hijos que la necesitan y sabe que esos hijos, también lloran la ausencia de un hermano que les fue arrebatado por los misterios que se resbalan desde la muerte.

Un hijo, por doloroso que resulte, se prepara para ver partir a los padres. Después de todo esa es la ley de la vida, ¿pero los padres no encuentran explicación alguna del porqué el hijo amado les fue arrebatado.

No faltan consejos de cómo superar la muerte de un hijo, aun así, la muerte de un hijo no se contempla como parte de la vida, porque para los padres perder a un hijo va mas allá de la naturaleza misma, algunos consejos que podrían ayudarnos aun en una mínima parte a llevar el dolor.

4 Consejos ante la pérdida de un hijo:

  • Como primer recurso y que a su vez puede ser el más difícil, la aceptación, es muy común en un caso tal, que se piense que todo es una pesadilla de la que pronto podremos despertar sin embargo al hacernos de nuevo a la realidad, está el sentimiento de culpa, “si hubiera echo esto o lo otro”.
    .
  • No fijarse un tiempo ni plazo para superar la muerte de un hijo, no se puede ni se debe reprimir el llanto ni la tristeza, llorar lo que se siente, hablar con quien nos quiere escuchar, estrechar mas los lazos de amigos y familiares.
    .
  • Darse permiso para decaer nuevamente en la tristeza, aunque tal vez con menos intensidad, pero es algo cuya necesidad se acentúa en fechas importantes, especialmente en el primer año de duelo, el primer cumpleaños sin el hijo amado, la primera navidad sin él/ella. El dolor aflora de nuevo, porque nunca se ha ido, el dolor queda como parte de la vida, pero es un dolor absorbido y arraigado en el corazón y vive en la madre, aunque muchas veces guarde ese dolor celosamente para ella, con las memorias de su hijo amado.
    .
  • Darse permiso para sonreír y celebrar acontecimientos importantes con alegría. Supone aceptar que quien se fue no regresa más, y aunque se acepte y llegue a celebrar nuevas cosas que pasan en la vida no se debe sentir como que por ser feliz se ha olvidado a quien tanto se amó. Por feliz que una pueda sentirse en un futuro, eso no quiere decir que se olvidase del pasado, sólo quiere decir que ha madurado y sabido llevarlo mejor.

A pesar de todo, el proceso de duelo no se detiene, sigue en un largo y doloroso proceso que no se detiene, el proceso de recuperación llega, dejemos que el tiempo haga su obra.

¿Que nos vamos a tambalear? Sí, tambaleamos porque el corazón de madre no cambia su amor por su hijo, esté o no presente. Tambaleamos porque la cruz del dolor apunta hacia los cuatro puntos cardinales en busca del rostro del hijo amado que ya no está; tambaleamos, pero somos fuertes, porque quienes han perdido un hijo, tienen otros hijos, familia, trabajo y aunque sienten que mueren por la ausencia, tienen también motivos para vivir, tienen la fe, la voluntad y la confianza en Dios vertida en sentimientos que les da la fuerza necesaria para seguir hacia la esperanza de un día encontrarse de nuevo con quien nunca deja de extrañar.

 

El ser humano, en su afán incansable de modificar todo aquello que no le agrada del mundo y de sus semejantes sostiene la idea de que es fundamental que los demás sean quienes cambien, para que las cosas puedan mejorar.

Pero es aquí cuando surgen interrogantes como: ¿y nosotras? ¿Por qué no nos damos también esa oportunidad de cambiar? ¿Acaso nuestras conductas y actos son siempre las mejores?

A veces resulta más fácil diagnosticar a los demás y opinar sobre lo que se debe hacer que inmiscuirnos en el asunto y comenzar por casa. Si nos diéramos a esa tarea sabríamos que la imagen que tenemos de nosotras no siempre suele corresponder con la imagen que perciben los demás acerca de nuestra persona.

La falta de concordancia entre un “yo pienso ser” y un “yo soy” por lo general es grande. La opinión que tenemos de nosotras mismas también puede ser grande respecto a la opinión de los demás acerca de nosotras.

Identificar esas diferencias no es sencillo: debemos buscar las percepciones acerca de nosotras mismas que tienen las personas que comparten más tiempo con nosotras, para a posteriori, compararlas con la autoimagen que hemos construido y poder realizar un balance del estado de correlación que hay entre el pensamiento de nuestros seres queridos y el nuestro.

Cuando buscamos sus opiniones y percepciones, conviene darle mayor relevancia a las características de personalidad que más repetidamente nos otorgan, así buscaremos librarnos un poco de la carga subjetiva que nuestras valoraciones tienen, para reconocernos tal y como somos, sin arandelas ni adornos, sólo con nuestras virtudes y defectos a flor de piel.

Descubrirse a si misma no es fácil, por algo existen frases como “conócete a ti misma y conocerás al mundo”, pero eso de descubrirse sin escisiones también implica el descubrirse a partir de las demás, pues si ellos no importasen, simplemente viviríamos en una isla desierta absolutamente solas.

Exteriorizas lo que eres… no olvides que tus actos son los que te definen

 

Estar enamoradas es algo que nos resulta bonito y agradable, es descubrir lo bella que es la vida, es confundir las noches con los días, es surcar los atardeceres más bellos para despertar a la vera del amanecer… ¿pero qué pasa cuando es amor no es correspondido?

Sin duda alguna, tememos al rechazo de la persona que amamos, deseamos ser felices a su lado y no separarnos ni por un instante, pero cuando no nos corresponden lo mejor que podemos hacer es ¡ACEPTARLO! Aunque nos duela, nos hiera y haga llorar.

 

Para muchas personas el asunto se explica de una forma “lógica”, además de obvia: ¡te enamoraste sola!
Pero no es tan sencillo de entender, pues enfocamos todo nuestro amor en alguien que no quiso recibirlo, nos tejemos unas alas que de repente se rompen de un solo tajo, provocando un regreso a la tierra que resulta doloroso y decepcionante.

En estos casos, lo primero que hacemos es pensar en las razones por las cuales sufrimos el rechazo, nos martirizamos buscando recordar lo que hicimos bien o mal, sin tener en cuenta que no todas las personas en las que nos fijamos deben correspondernos, ¿y qué podemos hacer?

Así es el amor, a veces correspondido, a veces ignorado. Sin embargo, no puede evadirse ese sentimiento de tristeza que no te desampara: cae tu autoestima y te sientes incapaz de encontrar a otra persona que verdaderamente te ame, pues te llenas de prejuicios a causa de la decepción que acabas de sufrir, piensas que aunque el sol salga las nubes aún cubren tu cielo, la vulnerabilidad no se hace esperar y aunque intentes ocupar tu cabeza en algo nuevo, el recuerdo te persigue: caminas por las calles en donde compartiste con él o ella, pasas por el restaurante en donde solías cenar en su compañía, miras el programa de televisión que tanto le gustaba… El aire está impregnado de su aroma y tu corazón de sus recuerdos…

Cuando terminas con una relación de pareja, siempre te dicen que debes vivir tu duelo; de igual manera un amor no correspondido debe tener su duelo, pues es la única forma de liberarse del quebranto emocional que se vive, hay que ser conscientes de que lo más importante es nuestra voluntad para dejar ir a esa persona que no nos ama aunque le amemos, lo mejor es alejarnos de su vida aunque a veces sientas morir en el intento.

¡Estar triste no está mal! ¡Y llorar y sufrir por ello tampoco! Porque al fin de cuentas no lloras por esa persona que no te amó, sino por lo que tú SIENTES por ella. Date la oportunidad de cerrar el ciclo con esa persona, así no tendrás reticencias con tu pasado.

Por último, el hecho de que no hayan salido las cosas como anhelabas no significa que no eres una persona para amar con corazón, vida y alma. Eres una mujer muy valiosa y todo llegará a ti a su debido tiempo, mereces una persona que corresponda a tu amor, que te colme de besos y te llene de bonitos e inolvidables momentos.

 

 A lo largo de la vida hay etapas en las que la palabra “amor” tiene diferentes significados, colores y matices para nosotras.

El amor es algo muy complejo y cada cual lo vive diferentemente. Para unas personas el amor debe implicar compromiso, otras piensan que si son amadas serán felices, otras piensan que es algo que dura para siempre mientras otras temen por la caducidad que pueda tener.

Y sin embargo, pese a los diferentes modos de verlo, todas queremos tener amor.

 

De toda la vida se nos ha enseñado que el amor conlleva compromiso, que si alguien te ama lógicamente también querrá comprometerse contigo. Pero no es así, se puede amar a una persona sin tener ganas de comprometerse. Quizás sea conveniente que evites el amor que se entrega sin compromiso.

Por lo general, las mujeres tan pronto escuchamos decir “mi amor”, “te amo”, en nuestra cabeza de inmediato nos vemos vestidas de novias. O al menos pensamos que si alguien nos quiere estará dispuesto a dejarlo todo de lado por estar a nuestro lado.

Pero no siempre es así, y aunque pueda doler darse cuenta de ello, debemos aprender a reconocer que muchas veces quieren entregarnos un amor sin compromiso, un amor que no toma el camino que deseamos.

La palabra “amor” la sentimos como si de una palabra mágica se tratase, como algo que está destinado a durar para siempre y que por ello mismo, lógicamente conllevará compromiso. Pero si tan pronto escuchamos esas palabras pensamos que será así, puede que estemos cometiendo un grave error.

El amor es algo que una misma debe entregarse:

El amor debe ser sentido y vivido por una misma, como quieras: lo puedes envolver en pañuelos de sedas, guardarlo en baúles… puede ser tan bueno como tú quieras que sea, lo puedes vivir a tu manera.

Sólo serás completamente feliz cuando logres comprender que el amor te debe hacer feliz a ti misma. En el momento que así lo vivas llegarás a comprender por fin que la felicidad depende de ti, solamente de ti, de tus aciertos y tus errores, de las cosas buenas que puedas vivir o sentir.

– Eres dueña de ti misma –

Debes descubrir que el amor y la felicidad no es algo que dependa de otras personas sino que de ti misma.

Se puede ser muy feliz aun en la más completa soledad. A veces estando sola puedes tener la paz que necesitas, incluso puede llegar a ser tu mejor compañera (la propia soledad), porque tú misma eres fuente inagotable de amor. Incluso puedes dar y repartir amor amor a los demás sin necesidad de entregárselo a una sola persona.

Nunca te olvides que eres capaz de dar vida y seguirás llena de amor, porque las mujeres somos eso, capaces de darlo todo y aun así seguir siendo felices por el sólo hecho de vivir.

Nuestras vidas serán satisfechas cuando lleguemos a comprender que el amor no es cuestión de tener pareja sino algo que ya está a nuestro alcance: Nosotras mismas somos las dueñas de nuestro propio destino y de la felicidad de nuestro corazón. No es algo que se nos deba entregar porque es algo que ya tenemos, sólo que a veces tenemos que darnos cuenta de ello.

La palabra “AMOR” la puedes vivir y disfrutar intensamente con todas tus ganas, siempre que no te hagas dependiente de nada ni nadie.

No permitas que el amor te haga ni dependiente, pero tampoco posesiva con nada.

Aprendamos a dejar salir de nuestras vidas lo que no va con nosotras, no permitamos que nos manipulen el corazón o los sentimientos en nombre del amor. Alejemos lo malo de nuestra vida, no permitamos que gobiernen nuestros sentimientos o nuestra persona.

Creer o esperar que nuestra felicidad depende del amor que otras personas nos entreguen es un error y algo que debes olvidar ya mismo; pensar así sólo te traerá decepciones, penas y tristezas. Nadie puede vivir la vida de otros, nuestra felicidad está dentro de nosotros y sólo nosotras mandamos sobre nuestro cuerpo y mente.

El amor podrá morar eternamente en tu corazón siempre y cuando no dejes que tu felicidad dependa de otras personas. Eres tan capaz y valerosa que todo está en tus manos, tú eres la constructora de tu vida y felicidad, nadie te puede quitar ese privilegio, eso sólo te corresponde a ti.

El amor y la felicidad es un regalo para una misma, es regalarse paz, es soltar las cargas, es decidir mirar la luz de nuevo, y con determinación caminar hacia ella. Todo lo bueno está dentro de ti, anímate a amar y dar felicidad sin esperar que te lo den, no lo esperes, sólo regálalo.

Somos criaturas de amor, somos amor, somos mujeres y como tales somos más valiosas que el mismo oro o el más preciado diamante

 

Se dice que el amor más auténtico y verdadero es el que se da libremente y sin condiciones… Pero pese a que suena muy bonito decirlo, es una utopía y algo que realmente no es tan bueno como suena.

Cuando somos buenas con alguien, esperamos ser tratadas de la misma manera. Cuando amamos a alguien, esperamos que esa persona también nos ame. Y es que, pese a lo mal que pudiera sonar, el amor con condiciones puede ser bueno.

 

La vida es un una constante lucha por conseguir lo que deseamos, y muchas veces eso que deseamos se encuentra cada vez más lejos de nosotras porque hemos dado sin medida y sin condiciones. Cuando nos entregamos completamente sin esperar nada a cambio, en realidad, aunque no lo digamos, damos por sentado que todo cuanto hagamos y demos va a ser reconocido y valorado.

Nuestra felicidad constantemente se ve empañada por eso mismo, por las expectativas que tenemos de los demás, de lo que recibiremos a cambio de nuestro amor y del sacrificio que realizamos. Cuando por ejemplo nuestra pareja no parece apreciar lo mucho que hacemos por él, nos volvemos descontentas, insatisfechas y lógicamente frustradas. Siempre esperamos algo, aunque sólo sea un poco de reconocimiento por el amor que estamos entregando. Si no recibimos nada, ni eso, nuestra vida puede volverse frustrante y amargada.

“Le amé sin condiciones, sin esperar nada a cambio” o a lo mejor deberíamos decir sin pedir nada a cambio”.

¿Es sano amar y dar sin condiciones?

Pensamos muchas veces que si amamos incondicionalmente obtendremos la felicidad, o que amar así nos hará más valiosas para nuestra pareja. Así es como muchas veces caemos en los errores más grandes, porque damos sin esperar nada a cambio, nos entregamos sin pedir ni exigir igualdad de derechos y obligaciones.

Las mujeres que se entregan sin condiciones nunca aprenden a poner límites, y es muchas veces es la mujer misma quien le enseña a su pareja a ser más egoísta, a pensar sólo en él y a no poner atención a las necesidades de ella.

Pero, ¿somos en verdad incondicionales o estamos poniendo condiciones para todo lo que hacemos o damos?

Sin darnos cuenta utilizamos la frase “hago esto por ti, pero con una condición” estamos poniendo condiciones incluso a nosotras mismas, nos damos cuenta de ello cuando hablamos de nuestra autoestima, lo vemos también cuando estamos sufriendo por un amor fallido.

“Mi autoestima está muy baja porque me dijo cosas horribles, me va a costar mucho recuperarme… pero lo voy a lograr, porque para amarme yo misma tengo que sentir que valgo algo”.

Consciente o inconscientemente creamos condiciones que ni siquiera nosotras mismas reconocemos, si vemos un poco dentro de nosotras mismas, nos daremos cuenta que nos gusta amar pero con el condicionante de ser amadas a cambio; buscamos razones para amar y que nos amen.

“Después de todo cuanto he hecho por él, se fue” esa frase tan común que viene de una decepción amorosa sólo nos demuestra que inconscientemente pusimos una condición para dar lo que dimos, “mis hijos no se acuerdan de mí pese a todos los sacrificios que hice por ellos…”

Debemos poner condiciones, es igual o parecido a poner los límites entre los derechos y obligaciones. La confianza se gana con acciones, para conseguir lo que queremos o damos debemos poner en práctica buenas acciones. Pero es necesario hablar, pedir, establecer las reglas necesarias en el hogar y en el trabajo. Hay que poner límites y condiciones incluso con las mejores y más queridas amistades, porque a un buen amigo se le quiere y se le aprecia, pero cuando haces algo por ese amigo, íntimamente das por hecho que estará allí cuando tú lo necesites.

No es malo dejar entender que se hace todo lo que está al alcance de nuestras manos por alguien, que lo hacemos para merecer lo que queremos. Llámese amistad, amor de pareja, amor de hijos, etc., lo cierto es que necesitamos amar con condiciones. Si realmente pudiéramos amar incondicionalmente, no existirían tantas personas sufriendo porque “él” o “ella” decidió irse. Es bien sabido que si el amor es sin condiciones lo importante es que la otra persona sea feliz, pero esto no resulta tan sencillo, pues se sufre porque se espera que a la persona a quien entregas amor te de amor, que te ame como tú le amas.

Creo que el único amor incondicional que existe es el de la madre hacia sus hijos. Tenemos todo el derecho de poner condiciones, de señalar nuestros derechos y obligaciones por igual, no importa en qué o con quien. No olvidemos que tenemos el derecho de pedir en la misma medida que damos, es muy importante recordar que es más hermoso dar que recibir, pero también necesitamos recibir para sentirnos amadas, valoradas y apreciadas. Si sentimos que no nos dan lo que merecemos pidámoslo, siempre existe la forma de dar y recibir sin caer en el egoísmo ni la ambición

Todas queremos ser amadas incondicionalmente, que por encima de cualquier error, fracaso o triste suceso se nos siga amando. Necesitamos amor y deseamos que el amor sea incondicional, como el que nosotras mismas decimos tener.

Pero, ¿es posible realmente el amor incondicional o es un valor abstracto e inalcanzable? ¿Alguien ama sin condición alguna? ¿Sin esperar nada a cambio, ni siquiera algo de amor?

 

Recientemente la Asociación Estadounidense de Hospitales Veterinarios realizó una encuesta en base a la hipótesis de “¿A quién llevaría de compañía si tendría que vivir en una isla desierta?, los datos fueron altamente reveladores, dado que un 80% de personas declararon que su acompañante perfecto sería su mascota por el amor incondicional que le retribuyen.

Me quedé pensando un largo rato sobre lo que había leído, mientras veía a mi perro “Tango”, acostado en el sillón de la sala lamerse las patas delanteras. Susurré su nombre con un tono meloso y volteó con urgencia hacia mí.

El porqué de las respuestas ciertamente estaba relacionado con la necesidad que los seres humanos arrastramos desde que nuestros padres dejan de ser dioses y la incondicionalidad del amor se acaba. Cierto es sin embargo, que toda regla, tiene su excepción, hemos visto por noticias, experiencias cercanas o propias que esa “incondicionalidad del vínculo paternal (incluyo en la palabra madres y padres) es otra creencia absoluta que deberíamos comenzar a rediseñar. Sin embargo, para seguir en la línea de mi pensamiento, “la incondicionalidad” es otra veta tramposa que la sociedad le ha impuesto al amor.

Nos gusta gritar a viva voz que somos capaces de “cualquier cosa” por ese otro, que “amamos” en sin condiciones, y que por sobre todas las cosas, el verdadero amor es incondicional, como diría Luis Miguel: “Tú, la misma de ayer, la incondicional, la que no espera nada”.

“Incondicional”

Una pregunta a realizarse es: ¿en la vida real este gran adjetivo es factible de actuar (ejercerse) o sólo es una linda máscara que nos hace “quedar bien hacia afuera y sentirnos buenos hacia dentro”?

Para poder responder a estas interrogantes, comencé por donde un sabio amante de las palabras comenzaría: el diccionario de la Real Academia Española.  Mi desconfianza se coronó de sorpresa al revelarme que incondicional es un adjetivo que significa “ABSOLUTO, sin restricción ni requisito”.

Comencé a analizar el término desde su concepto a la aplicación coloquial concedida por los usos y costumbres. Si ser incondicional es no tener límite alguno, ni exigencia ¿por qué pretendemos en las relaciones que él otro me comprenda o me acepte tal cual soy? ¿Acaso esa no es una condición? Si el auténtico amor es el que no está condicionado ¿Por qué nos ofendemos cuando el otro actúa de forma diferente? Si ser INCONDICIONAL es no esperar nada a cambio, como la amiga de Luis Miguel, ¿Por qué nos sentimos amenazados cuando nuestra pareja decide destinos distintos a nosotros? Acaso nuestras relaciones ¿no están supeditadas a circunstancias?

Nuestro perro es el mejor amigo que tenemos siempre y cuando no orine o no se coma los muebles de la casa, porque cuando lo hace, lejos de “generar aceptación,” creamos ESTRÉS, pues el animalito no se comportó “cómo debía”. ¿Será tal vez, que anhelamos un vínculo incondicional del otro hacia nosotros, pero sujeto a restricciones de acá para allá? ¿Seguiremos atados a la fantasía infantil de la seguridad emocional profesada por nuestros progenitores?

Sea cuál sea el motor que nos lleva a esa búsqueda inexistente, me pregunto con infame ingenuidad ¿qué tiene de malo que el amor adulto sea condicional? ¿Acaso no nos hace más responsable de las relaciones que creamos?

Si somos conscientes de que el vínculo que estamos estableciendo tiene fronteras, fondos, demarcaciones; que vive porque ambos insuflamos oxígeno, nutrientes; que es la respuesta a la dedicación TUYA + MÍA (y no una secuela azarosa del destino), habremos aprendido que debemos “cuidarlo”, “observarlo”, “mimarlo”, “alimentarlo”, “protegerlo de las flaquezas, de la rutina, de las tentaciones”.

Qué depende de NOSOTROS (tú+yo+ más nuestros miedos) para que siga VIVO.

Entenderemos que el AMOR por sí sólo no es suficiente (o que lo es en un plano abstracto) que siempre necesita de NOSOTROS para fluir y no desvanecerse en el intento de SER.

 

“Ningún ser humano es tan rico que no necesite de un buen amigo y ninguno es tan pobre que no lo pueda tener”.

Todos en esta vida necesitamos de un buen amigo, con algunas personas llegamos a ser tan buenos amigos que podríamos decir que más que amistad es “hermandad”, podemos llegar a conocernos tan bien que pensamos que la amistad puede sobrevivir cualquier discusión y cualquier cosa. Pero a veces estas amistades se rompen por discusiones tontas y sin importancia.

A veces sucede que por pasar tanto tiempo junto a nuestros amigos dejemos de prestarles la debida atención, y que pensando que como hay tanta cercanía no es necesario actuar con respeto y amabilidad.

El respeto mutuo es algo que no puede ni debe faltar en ningún tipo de amistad, ya sea con los amigos más cercanos o con los amigos ocasionales. ¿Cómo podemos hacernos querer si no nos respetamos?

Debemos tener cuidado de no discutir por diferencias de opiniones, esto podría echar a perder una amistad profunda, verdadera y muy importante para nosotras. Debemos tomar en cuenta que parte del respeto, es aceptar que las opiniones de otros son tan importantes como las nuestras.

Igualmente, debemos poner en practica nuestra tolerancia para las pequeñas cosas que nos hacen diferentes. Precisamente esas pequeñas diferencias pueden fortalecer una amistad, muchas veces necesitamos aceptar que estamos equivocadas en algunas de nuestras opiniones, ver las cosas desde el punto de vista de nuestro amigo/a tratando de ser flexibles, y dejando que nuestra amiga se quede con la idea de hacer lo que a nosotras no nos gusta. Después de todo, todo ser humano es diferente y si las personas que nos rodean fuesen exactamente igual a nosotros, nuestra vida sería monótona y totalmente aburrida.

No podemos ni debemos olvidar lo importante que son nuestros amigos en la vida, muchas veces no les reconocemos el verdadero valor que tienen, sin pensar que muchas veces si no tuviéramos a esa/ese gran amigo/a seríamos una persona totalmente diferente. ¿Cuántas veces recurrimos a la familia por ayuda en algo complicado y no encontramos respuesta? Pero en cambio recurrimos a nuestras amigas y encontramos una respuesta inmediata y la ayuda que necesitamos.

Una amistad sincera, duradera y verdadera, no se desarrolla de la noche a la mañana, pero una amistad se nutre respetando nuestros propios sentimientos y los de otras personas, ninguno es débil por confiar penas, alegrías y temores con el amigo/a, después de todo la amistad es un compartir y tener respuestas mutuas a nuestras necesidades de comunicación con los demás.

Cuidemos de nuestros amigos, especialmente de aquellos que han estado en los buenos y los malos momentos como el más preciado tesoro. Muchas veces no le prestamos la debida atención a quien está a nuestro lado, una palabra, un gesto, un “te quiero”, una visita y todo regresa a nosotras mismas. Consideremos que cuando damos, en la misma medida recibimos.

¿Cómo cuidas de tus amigos?

 

Cuenta la historia que en cierta ocasión, un sabio maestro se dirigía a un atento auditorio dando valiosas lecciones sobre el poder sagrado de la palabra y el influjo que ella ejerce en nuestra vida y la de los demás. De repente fue interrumpido por un hombre que le dijo airado:

¡No engañe a la gente! El poder está en las ideas, no en la palabra. Todos sabemos que las palabras se las lleva el viento. ¡Lo que usted dice no tiene ningún valor! El maestro lo escucha con mucha atención y tan pronto termina, le grita con fuerza: ¡Cállate, estúpido; siéntate, idiota! Ante el asombro de la gente, el aludido se llena de furia, suelta varias imprecaciones y, cuando estaba fuera de sí, el maestro alza la voz y le dijo:

-Perdone caballero, lo he ofendido y le pido perdón. Acepte, por favor, mis sinceras excusas y sepa que respeto su opinión, aunque estemos en desacuerdo.

El Señor se calma y le dijo al maestro: -Lo entiendo… Y también yo le presento mis excusas por mi conducta. No hay ningún problema, y acepto que la diferencia de opiniones no debe servir para pelear sino para mirar otras opciones. El maestro le sonrió y le dijo: perdone usted que haya sido de esta manera, pero así hemos visto del modo más claro, el gran poder de las palabras. Con unas pocas palabras lo exalté y con otras le he calmado.

Reflexión…
Las palabras no se las lleva el viento… Las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente. Las palabras curan o hieren, animan o desmotivan, reconcilian o enfrentan, iluminan o ensombrecen, dan vida o dan muerte. Con pocas palabras podemos alegrar a alguien y con pocas palabras podemos llevarlo al desaliento y desespero. ¡Ah, cuanta falta nos hacer tomar conciencia del tremendo poder las palabras!

Ellas moldean nuestra vida y la de los demás. Por eso mismo, los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio. Piensa en esto y cuida tus pensamientos porque ellos se convierten en palabras y cuida tus palabras porque ellas marcan tu destino. Hay que comunicarse y cuando el silencio es el mejor regalo para ti y los que amas. Eres sabio si sabes cuándo hablar y cuando callar. Piensa muy bien antes de hablar, cálmate cuanto estés airado y resentido y habla sólo cuando estás en paz y que el viento nunca se las lleve. Las palabras encierran una energía creadora que transforma.
 

 

A muchas nos ha pasado alguna vez que al comenzar una relación de pareja, las virtudes de nuestro nuevo compañero han sido exaltadas en su máxima potencia, exageradamente.

Pero según pasa el tiempo le vamos descubriendo pegas, descubrimos que no es un personaje salido de un cuento de hadas, las cosas cambian… y ahí, en ese momento comprobamos la madurez de nuestro amor.

 

Al enamorarnos de nuestra nueva pareja vivimos pendientes de él, arrojamos fuera de nosotras cualquier conversación interna que no esté vinculada a nuestro enamorado, compramos regalos, cambiamos de vestuario, de peinado, de dietas; frecuentamos menos a nuestras amistades, y agotamos todo nuestro tiempo en recordar y evocar el próximo encuentro…

Todo gira alrededor de ese nuevo “ser” magno que parece reflejar la exactitud de nuestra búsqueda, la pieza perfecta que encaja en nuestro rompecabezas.

Conforme pasa el tiempo, las cosas comienzan a cambiar. Por alguna extraña razón, ya no vemos en nuestra pareja los mismos colores, brilla menos, hasta a veces parece volverse opaco, y los amigos comienzan a ocupar un nuevo lugar en nuestras vidas: son los oídos que prestan atención a lo que nos sucede en el terreno amoroso.

Los pies fríos sobre nuestras piernas ahora, fastidian, los encuentros se reducen a saludos convencionales, el invierno se ha instalado entre nosotros y nadie se atreve encender la chimenea.

La mayoría de las parejas pasan por estas fases, por este tobogán de emociones, comienzan en la cima, durante el enamoramiento, con un descentramiento del YO que nos hace perder la noción de quienes somos, y de quién es el otro y  en este proceso “nuestra pareja” es lo que nosotros queremos ver.

Más tarde, la pasión serena sus aguas y da paso al amor, un sentimiento profundo; diferente al enamoramiento, que es simplemente un estado de ilusión que nos permite acercarnos sin defensas al OTRO.

Pero este segundo peldaño en la relación no es menos poderoso que el primero, por el contrario, es el más agudo y complejo; sin embargo muchas veces descuidado.

En distintos escenarios cotidianos se pueden escuchar voces de hombres y mujeres reclamando la falta de “cariño, comprensión, escucha, tiempo” de sus parejas. Los encuentros sexuales que en el pasado eran una fiesta, en la actualidad son esporádicos u obligaciones, se han perdido las “ganas”, lo mismo que ayer era propio, hoy es ajeno.

¿Qué ha sucedido? ¿Hemos dejado entrar a nuestro vínculo a ese crucial huésped que  se llama rutina? ¿Cómo se ha infiltrado en nuestra intimidad? ¿Por qué suceden estas cosas? ¿Acaso no seríamos felices y comeríamos perdices como en los cuentos?

En la mayoría de los cuentos, el tiempo es una constante variable, que es vivida como tal por el autor, pero en la vida real, los protagonistas le asignan al tiempo un carácter atemporal, eterno; donde siempre hay tiempo para perderlo o postergar, que es en otras palabras lo mismo.
Las parejas compran esta creencia y se adentran a caminar en forma automática, prometiéndose en cada milagroso y fugaz despertar, que al día siguiente harán algo distinto para recuperar “la chispa” pero esas son sólo bonitas ideas. Lo cotidiano tira más que el deseo que hacer algo diferente.

Ese OTRO que hemos elegido, se ha vuelto parte de nuestro andar, tan común, tan conocido, tan previsible, que nos damos el gusto de perder la capacidad de asombro y la de asombrarnos. Está ahí cocinando o tal vez mirando televisión. Y estamos seguros de que ahí se quedará, que si decide irse, será tan sólo unos metros, que regresará siempre; construimos certezas que nos hacen perder la necesidad de cuidar lo conquistado, porque ya es nuestro.

Y la rutina se establece como amo y señor de nuestro presente. Pero ¿qué es la rutina? ¿Es algo externo que como una bacteria  viene a contaminar el lazo?

La rutina no es más ni menos que el desinterés con el que elegimos relacionarnos. El descuido que empeñamos en comunicar; el desdén con el que tratamos lo que amamos. La falsa seguridad que experimentamos, “ya tenemos lo que queremos”, nos hace cometer el mayor de los errores: La desidia.

Nos relajamos absurdamente, bajamos nuestras guardias, y dormimos sobre los laureles.

No es un hecho que debamos perder lo que tenemos para saber su valor, podemos reconocerlo aun teniéndolo. Todo es cuestión de compromiso, éste último entendido como la capacidad de elegir algo, declarar que eso queremos para nosotros y hacer que eso ocurra en el momento que dije que ocurriría.

Descuidar a quien a amamos, es de alguna manera una forma de romper un acuerdo con nuestra propia elección, es olvidarse que en algún tiempo lo elegimos para nuestra vida.

La invitación es a despertar, a recordar que ese OTRO que está a nuestro lado, está ahí porque nosotros quisimos que así fuera, y si eso  fue hecho del corazón, ¿por qué ahora, hay momentos en los que nos parece extraño? No ha dejado de ser su esencia, nuestros lentes se han empañado por la indiferencia; salir a buscar fuera de la pareja la “novedad” no resolverá el conflicto de la “rutina”. La cotidianidad es nuestro modo de operar y relacionarnos.

Hasta que no sepamos observar esto, todo carecerá en algún punto de sentido. La búsqueda será eterna, y nada resultará satisfactorio. La vida que queremos está en nuestras manos; ¿pero qué  hacer de distinto para que Cupido no se vengue de nosotros? Gran pregunta, simple respuesta, aunque no fácil de practicar.

Lo primero que propongo es “aprender a desaprender” todas aquellas creencias que vivimos como certezas en relación al amor y que nos convierten en un “observador inocente e ingenuo”, me refiero a toda esa sucesión de dependencia a la que estamos acostumbrados desde pequeños. Canciones de amor de apego, desilusión, sacrificios, novelas de traiciones, infidelidades, rechazo, amantes humillados gozosos del insulto, perdones a medias, locura, suicidio. Nada de esto tiene que ver con el Amor. Al menos, no con su esencia. Esto es lo que supimos conseguir. Lo que creímos, aprendimos, compartimos. Pero existe una clase de amor, tal vez, menos digna de inspiración para los poetas; pero mucho más digna para la fragilidad de la vida que sostenemos: Es el Amor Maduro.

La cabal comprensión de que cuando me enamoro de alguien inicio un proceso de aprendizaje rico en experiencias; que somos dos al encuentro, con todo lo que implica “dos”, que lejos está de similitud, y muy cerca de variedad.

El primer tiempo como descrito arriba, es un torbellino fugaz y necesario, para que las corazas con las que actúo en el mundo se flexibilicen y dejen entrar a ese “extraño” a mi vida; sin ese permiso el encuentro sería casi imposible; la mayoría de las veces los hombres rechazan sistemáticamente lo diferente. Luego, cuando la marea se retira florece el sentimiento. Lo de antes era una pasión.

Cuando uno genera una relación madura de amor, la pareja es un punto importante en la vida del individuo pero no es la vida en sí misma. Cada uno tiene su poder personal, sus sueños, sus metas, sus pensamientos, cada uno es frente al otro: un mundo, un misterio; que se encuentran, y que coinciden. En el amor maduro, el individuo crece como persona, la relación es un espacio de aprendizaje, y experiencias, una oportunidad para desarrollar las fortalezas, y aceptar las debilidades.

Caminar de la mano de un amor maduro, abre las puertas del autoconocimiento y la empatía. Desarrolla nuestras habilidades sociales y nos predispone al desarrollo de nuestra inteligencia emocional. El encuentro con ese otro nos ilumina, nos recuerda que para amar, primero debo experimentar en y hacía mí ese sentimiento; cuando eso sucede, lo que comparto es amor, autenticidad y honestidad. Compartir es una forma de multiplicar lo que tenemos. Sólo compartiendo podemos extender la luz que somos.

Para mucha gente la idea de hablar en público es parecida al paracaidismo: parece emocionante y divertido, pero ¿Realmente quién quiere hacerlo?  La verdad es que quienes piensan así tendrían razón, si hablar en público tuviera tan pocas aplicaciones prácticas como lanzarse en paracaídas. Pero no es así.
La realidad es que todos tenemos la necesidad de hablar en público. Tarde o temprano, y por lo general más temprano de lo que muchos quisieran, nos vemos en la necesidad de pasar al frente y decir unas palabras. En todas las áreas de la vida, tanto en situaciones familiares, sociales y profesionales se presentan ocasiones en las que es deseable, y a veces indispensable, dirigirse a un grupo de personas.
Las oportunidades de hablar en público pueden ocurrir en juntas de negocios, reuniones de la sociedad de padres de familia de la escuela de nuestros hijos, presentaciones de ventas, informes de resultados, capacitación y entrenamiento al personal a nuestro cargo, fiestas, reuniones y celebraciones así como en un sinnúmero de actividades.
Para la mayoría de la gente hablar bien en público no es algo que ocurra de manera natural. Cuando nos paramos frente a un grupo la dinámica de la interacción cambia radicalmente. Una cosa es saber hablar y otra muy diferente saber hablar en público.
Todos conocemos personas, quizá nosotros mismos somos así, que cuando están sentados a la mesa son elocuentes, ingeniosos y divertidos, pero cuando se ponen de pie y pasan al frente se transforman. Cambian su forma de expresarse y se vuelven tímidos, titubeantes, incoherentes y repetitivos.
Otros, por el contrario, se dejan llevar por su entusiasmo y comienzan a hablar y hablar y hablar, pero sin contenido. Hablan mucho pero no dicen nada.
Son pocos quienes pueden mantener una actitud natural y relajada al dirigirse a un grupo de personas. Ellos transmiten con claridad sus ideas y dejan una impresión agradable en quienes los han escuchado. Son admirados y reconocidos. Esta capacidad es fuente de prestigio y admiración, todos quieren ser como ellos.
Cuando vemos personas así pensamos que nacieron con esta capacidad. Quizá algunos pocos sí, pero la mayoría de ellos han cultivado su habilidad. Es muy raro que una persona pueda hablar bien en público sin haber recibido un entrenamiento especializado.
Esa es la buena noticia: Hablar en público es una habilidad y como tal se puede desarrollar. Cualquier persona normal puede alcanzar un desempeño aceptable e incluso sobresaliente, si se lo propone. La noticia no tan buena es que se requiere determinación y esfuerzo para lograrlo, como todo lo que vale la pena en la vida.
Cuando se está dispuesto a invertir tiempo, dinero y esfuerzo en desarrollar esta habilidad es porque se ha entendido el impacto que tiene. Recordemos que esta capacidad genera el desarrollo de otras habilidades y actitudes positivas. Para tener éxito al hablar en público se requiere también desarrollar habilidades de comunicación y de relaciones humanas, además incrementa la seguridad y confianza personal así como la autoestima.
Hablar en público permite transmitir las ideas de manera eficaz y eficiente. Pensemos en el tiempo y el esfuerzo de realizar una junta individual con 20, 30 ó 100 personas y comparémoslo con pasar al frente de un grupo formado por estos individuos y explicarles a todos la misma idea de una sola vez. También se reducen los malos entendidos, ya que todos reciben el mismo mensaje al mismo tiempo. Quizá por eso esta capacidad es indispensable para ocupar puestos de mayor nivel y es rasgo indispensable en el Líder.
¿Cómo podemos mejorar nuestra capacidad para aprovechar las oportunidades para hablar en público? Son tres los aspectos fundamentales para tener éxito al dirigirnos a un auditorio. El primero es la preparación, el segundo es la estructuración de las ideas y el tercero es considerar el impacto del lenguaje no verbal.
La preparación es indispensable para lograr un buen resultado al hablar en público. Preparación significa tener claro el mensaje que se desea transmitir. Saber exactamente qué es lo que quiero decir y cómo lo quiero decir. Hay que dedicarle el tiempo suficiente a esta etapa. Prepararse es una etapa previa, la misma palabra lo dice, PRE – antes, PARARSE- ponerse de pie.
Prepararse no significa aprender de memoria un discurso como si fuera una recitación. Más bien es interiorizar el tema, y clarificar nuestras ideas y puntos de vista. También significa tomar en cuenta el tipo de público al que se va a dirigir, así como las circunstancias en las que lo hará. Por supuesto un factor para la preparación es el tiempo disponible y las facilidades de que puede disponer para utilizar materiales de apoyo.
Después vendrá el estructurar las ideas. Toda participación en público debe tener pies y cabeza, esto es, un orden lógico y fácil de seguir para el auditorio al que va dirigido.
Existen muchas formas de decir lo mismo, se puede ir de lo particular a lo general o de lo general a lo particular. Por lo general se recomienda ir de lo conocido a lo desconocido y de los puntos en los que podemos estar todos de acuerdo a los puntos que pueden generar polémica. En todos los casos, se deberá pensar como si uno fuera parte de la audiencia. Ponerse en los zapatos de su público y hablarle desde esa posición.
Finalmente, habrá que considerar el mensaje no verbal. Esto es todo lo que hacemos mientras hablamos ante un auditorio. Se compone de la manera como decimos las cosas y los gestos y ademanes con los que los acompañamos.
Es imposible “no comunicar”, todo lo que hacemos transmite un mensaje, lo sepamos o no. El énfasis, la velocidad y el volumen con los que decimos las cosas agregan contenido y generan información. Un simple cambio de tono o de énfasis puede cambiar por completo el sentido de una declaración.
Los gestos y ademanes que utilizamos sirven para reforzar o para debilitar nuestra comunicación. La gente siempre busca sentido a lo que observa cuando estamos al frente. Si nuestros movimientos denotan seguridad y confianza en lo que estamos diciendo, ése será el mensaje para el público. Por el contrario, si nos vemos inseguros y poco congruentes, nuestro mensaje perderá fuerza e incluso generará dudas acerca de nuestro dominio del tema o la sinceridad de nuestras palabras.
Como podemos ver, hablar en público no es solamente una habilidad cosmética que se puede adquirir o no según nuestros gustos e inclinaciones. Es más bien una necesidad si aspiramos a progresar y crecer en nuestra vida. Tanto en el ámbito profesional como en el personal, tener la capacidad de pasar al frente de un grupo y dirigir unas palabras de manera segura y clara es una ventaja competitiva.
Siempre es buen momento para aprender a expresarnos en público y así poder tomar el lugar que nos corresponde. Ya basta de dejar pasar las oportunidades y de ver cómo otros se las llevan.
Nos hemos vendido a nosotros mismos la idea de que somos capaces de hacer muchísimas menos cosas de las que realmente podemos, es momento de creer en sí mismo, es su responsabilidad desarrollar al máximo su potencial. Nadie más puede hacerlo por usted.



  • yeyi: EXCELENTE TRABAJO ASI LA GNTE SE VA ANIMAR FELICIDADES SON BUENOS
  • GRACIELA: VERDADERAMENTE PROFUNDA DURA REFLEXIÓN, LAMENTABLEMENTE MUCHOS DE ESTOS PRINCIPOS ÉTICOS NO LOS DESCONOCEMOS PERO AÚN SABIÉNDOLOS NO LOS PONEMOS E
  • GRACIELA: bellísimo pensamiento lleno de afectividad